En defensa de La Truite



A Henri de La Truite —autor del famosísimo libro 4576 maneras de hacer el arroz con leche— se le ha acusado de ser un cocinero pigre, que ha estado a la sopa boba y a mesa puesta, viviendo de recetas ajenas, pero nosotros no tenemos empacho en asegurar que Henry de La Truite es el profesional más capacitado y popular de nuestros días (pues está hasta en la sopa) y que lleva ya muchos años ganándose el pan mediante el procedimiento de hacer unas recetas para chuparse los dedos, con las que sus contemporáneos menean el bigote. Para nosotros, contar sus logros es pan comido, porque lo tenemos a huevo y son habas contadas. Pero estamos hablando de una figura controvertida a la que sus enemigos querrían tener a pan y agua y cocer a fuego lento, como al baño de María. Así es que llamaremos al pan, pan y al vino, vino y relataremos los méritos de este Einstein de la sartén, porque deben estar las cosas claras y el chocolate, espeso. Lo haremos desde nuestra humilde perspectiva, pensando que a falta de pan, buenas son tortas y con la seguridad de que reivindicaremos finalmente su figura y que al freír será el reír.

          Nosotros contamos la verdad, porque no queremos dársela a nadie con queso. Si a alguien le complace lo expuesto, miel sobre hojuelas, y si alguno no está de acuerdo... bueno, pues que con su pan se lo coma.

          Explicamos esto porque hay muchos que no tragan a La Truite y lo han convertido en carne de cañón: dicen que es un muerto de hambre, un tonto del haba, más necio que el que asó la manteca y el garbanzo negro de la profesión, que solo hace desaguisados. Ante estos ataques de sus detractores nosotros damos la vuelta la tortilla y contestamos: ¡naranjas de la China! O, mejor aún: ¡y un jamón! No, señores, no. La Truite es la sal de la tierra, sus guisos son canela en rama y están de toma pan y moja, por lo que a la postre, sus enemigos profesionales todos tendrán que reconocer sus méritos o irse a freír espárragos, porque a la vuelta lo venden tinto. Los ataques a La Truite son fruto de la envidia, porque Dios da pan a quien no tiene dientes.

          Este chef —al que unos pretenciosos críticos culinarios que no son ni carne ni pescado han convertido en la comidilla de la profesión— tiene un corazón de pasta flora, y cuando se olió la tostada de la campaña de difamación contra él, intentó decir «dame pan y llámame tonto», pero, ¡que si quieres arroz, Catalina! Sus enemigos no cejaban en sus críticas, que no eran en absoluto plato de gusto, porque la envidia es universal y en todas partes cuecen habas. Este enfrentamiento parecía no tener fin: era la pescadilla que se mordía la cola.

          Nosotros defendemos a La Truite aunque tengamos que dejar mal parada alguna reputación, por qué no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos y no nos podemos andar con contemplaciones, porque no está el horno para bollos. Nosotros no tenemos la sangre de horchata y defendemos con valor a nuestro ídolo, que está hecho puré por la maledicencia.

          Y lo dejamos aquí, porque estamos mareando la perdiz y así, ni cenamos ni se muere padre. Hemos alabado a La Truite yendo al grano y sin repetirnos, porque pan con pan es comida de tontos, diciendo las crudas verdades, porque con azúcar está peor y hemos pretendido que nuestra defensa nos saliera a pedir a boca.


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