La inversión en la literatura





Experimento estilístico de resultados sorprendentes
 
          Los libros suelen tener dos tipos de finales:
          a) los happy endings (finales felices), que consisten simplemente en que la chica y el chico se casan y son dichosos para siempre (o, al menos, durante el tiempo en que seguimos sabiendo de ellos; lo que les pasa después de desaparecer de nuestro horizonte ya no nos importa tanto); y
          b) los unhappy endings (finales infelices), que tienen lugar cuando el libro no gusta nada, no se vende ni a la de tres, el autor hace el ridículo más espantoso y los editores pierden toda su inversión, que es lo más unhappy que imaginarse pueda.
          Hablando de finales, creemos con toda la sinceridad de la que somos capaces que sería interesante rescribir (y, de paso, vender) los libros de siempre, invirtiendo el final (de ahí lo de la inversión), para que el suspense ayudara a la promoción de la obra. Tendríamos así la sorpresa como factor decisivo.
          Es más, nuestro revolucionario procedimiento de convertir palabras inanes en elementos de interés para los lectores (y consecuentemente en papeles impresos de curso legal y valor económico establecido) no tendría por qué ceñirse solo a los finales, sino que podría aplicarse a cualquier otra parte del argumento que nos pareciese susceptible de reforma drástica o superficial remozado.
Damos a continuación varios ejemplos de cómo mejorar palpablemente algunos de los textos más preclaros de nuestras letras universales mediante el procedimiento retórico de la inversión, que ya hemos dicho no es esa que consiste en poner dinero en algo para que inexplicablemente ese algo te dé más dinero del que has puesto, sino otra:

El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha
          En esta novela, Don Quijote choca con unos molinos a los que cree gigantes. Mucho más interesante sería que, ante sus arremetidas, los molinos salieran corriendo por La Mancha y no pararan por lo menos hasta llegar a Murcia. El caballero podría decirle luego a su incrédulo acompañante:
          —¿Ves, Sancho, como yo tenía razón?

Crimen y castigo
          La usurera a la que el nietzscheano estudiante planea matar le abre la puerta sin sospechar nada. Pero a Raskolnikov se le cae al suelo sin querer el hacha que lleva escondida en el abrigo. Ella se huele sus criminales intenciones y le afea que pensara matarla para robarle. Él no sabe qué decir, realmente.
La vieja se apodera del hacha, con la que se carga al estudiante, y luego la vende en un mercadillo, sacándose de paso unos rublos, que siempre vienen bien.

El conde de Montecristo
          Edmond Dantès —o comoquiera que se llame el protagonista del folletín— se escapa de la prisión en la que le han encerrado sus enemigos y se dirige a la isla donde se supone que se encuentra el tesoro que le ha confiado el abate Faria, su compañero de cautiverio. Planea emplear esa riqueza en vengarse sibilinamente de los que le han destrozado la vida, presentándose ante ellos como conde millonario y excéntrico.
Pero en la isla no encuentra el tesoro, por más que busca. No se hace rico y se pasa la vida muerto de hambre y deslomándose en su trabajo como descargador en los muelles de Marsella.

Hamlet
          El fantasma del padre de Hamlet se le aparece a su hijo para pedirle que le vengue; pero, por más que lo intenta, no consigue acordarse de quién le ha asesinado. Hamlet le dice que, cuando lo recuerde, se le vuelva a aparecer y le avise. El otro no se aparece en bastante tiempo. Hamlet se va a Noruega con una beca Erasmus de la época y allí conoce a una rubia que resulta bastante complaciente, por lo que no tiene ninguna prisa en regresar a Dinamarca.
Entretanto, el fantasma del padre ya ha recordado que fue su hermano Claudio quien le mató, para quedarse con su trono y beneficiarse a su mujer, pero cuando se aparece de nuevo para contarlo, Hamlet no está allí para enterarse y Claudio reina tranquilamente durante muchos años sin que nadie le moleste lo más mínimo. Y la paradoja es que resulta ser un rey bastante mejor que aquel al que asesinó.

Don Juan Tenorio
          Doña Inés es gorda —dato que Zorrilla olvidó mencionar en su famoso drama— y Don Juan, al intentar raptarla, no puede saltar las tapias del convento con ella en brazos. Así es que la deja allí.
A ella le crece el bigote, por lo que acaba siendo abadesa y pasa el resto de sus días regañando a las novicias. Don Juan pone en Sevilla una librería de viejo y se dedica a contar sus batallitas galantes a los clientes que se dejan.

La Ilíada
          Incapaces de conquistar Troya por las buenas, los griegos se esconden en el interior de un gran caballo de madera que han preparado al efecto, con la intención de sorprender a los troyanos.
Pero mientras esperan a que los lleven al interior de la ciudadela, con la intención de esperar a que todos estén dormidos y puedan salir a escabechinarlos, a un soldado se le ocurre encender un pitillo y arde el caballo con todos dentro.

Luces de bohemia
          El poeta ciego y bohemio Max Estrella tiene un billete de lotería que resulta premiado. Pero antes de que su amigo Don Latino se lo robe, sale corriendo y lo cobra.
A los pocos días, se opera de cataratas, se compra un flamante coche de caballos para no tener que ir a pata a los sitios y, a fuerza de billetes, consigue liarse con la Picalagartos, quien, además de tener una taberna próspera, está bien maciza y apetecible.

Nuestra Señora de París
          Cuando el malvado archidiácono se dispone a entregar al fuego a la hermosa gitana Esmeralda ante las torres de la catedral de Notre-Dame, el enamorado Quasimodo se lanza corriendo a rescatarla.
Desafortunadamente, tropieza y cae por las escaleras rodando, por lo que no puede impedir que quemen alegremente a la muchacha entre los gritos de júbilo de los parisinos, que para estas cosas de ejecuciones son la monda.

No hay comentarios: