Los sufridos carceleros

 

 


(Nota previa: La palabra ‘carcelero’ se ha visto sustituida en los últimos tiempos por el término ‘funcionario de prisiones’. Esto, a algunos les parecerá una inmensa estupidez, hija del desmedido afán de la gente por darse importancia, pero no es un eufemismo grandilocuente sin sentido, no. Pasamos a explicarlo.

La realidad es que si ‘prisionero’ es el que está dentro de una prisión, no tiene sentido que ‘carcelero’ sea el que esté fuera de una cárcel. Además, el término ‘mazmorrero’ tampoco existe, así es que, como pueden observar, en cuanto a la terminología de convictos y cuidadores hay un lío de aúpa, así es que usen ustedes la palabra que más les apetezca.)

Para describir esta profesión tan necesaria en cualquier república bien constituida —que diría Cervantes con la verborrea barroca que le caracterizaba— hemos saqueado la Hemeroteca y reimprimimos una entrevista que le hizo no-sé-quién a un delincuente que ya había cumplido su condena y no tenía inconveniente en contar fuera cosas de las que le habían pasado dentro. No decimos en qué semanario se publicó ni cuándo, porque a estas alturas ya nadie se acuerda y así hay menos riesgo de que alguien nos demande por usar el material sin su permiso.)

*

Locutor: Para tratar de la profesión de carcelero o funcionario de prisiones, mantenemos una conversación con el Sr. Luis Miguel Alegre Santoña, un exconvicto que amplia experiencia y muchos contactos.

Exconvicto: Llámame «Luismi», por favor.

Locutor: El Sr. Alegre nos ilustrará hoy sobre este oficio mal visto pero imprescindible. El Sr. Alegre...

Exconvicto: ¡Llámame «Luismi», hombre!¡Que me has caído muy bien!

Locutor: ...que «Luismi» conoce de cerca, pues ha estado siete años observando muy de cerca las actividades y rutinas de estos probos empleados, durante su estancia subvencionada en varios alojamientos estatales, en calidad de huésped permanente.

Exconvicto: Efectivamente, sí. Los observaba muy detenidamente.

Locutor: Usted ha visto los toros desde el otro lado de la barrera, como vulgarmente suele decirse. Cuéntenos algo sobre este oficio tan denostado.

Exconvicto: Pues bien. Yo soy de naturaleza curiosa, me fascina todo lo humano —el Hombre con mayúsculas, me atrevería a decir— y en las bibliotecas de los centros de internamiento he leído mucho sobre la profesión de carcelero, hasta el punto de ser, modestamente, casi un erudito en el tema. Tengo, asimismo grandes dotes de observación. Por ejemplo: llevas la corbata manchada con salpicaduras de huevo frito.

Locutor: ¡Ah, vaya! Sí, es muy posible, porque eso es lo que he comido hoy.

Exconvicto: ¿Lo ves? Así es que me he ilustrado y ahora que he salido al mundo puedo compartir con otros mis conocimientos.

Locutor: ¿Qué es lo que le atrajo de la profesión de carcelero, como para dedicarse a estudiarla?

Exconvicto: Pues que la ejercen hombres muy viriles y físicamente muy preparados.

Locutor: Esa razón ya me la barruntaba yo. Pero, ¿aparte de ese factor estético?

Exconvicto: Se trata de un oficio muy apasionante: tener a tantos hombres bajo tu vigilancia es algo que puede ser un reto muy atractivo para muchos.

Locutor: Me parece que debemos cambiar un poco el eje de la conversación. Díganos algo... Luismi... de la historia de la profesión como tal.

Exconvicto: De eso no tengo ni la más mínima idea.

Locutor: ¿Cómo?

Exconvicto: Que no.

Locutor: ¡Pues vaya una porquería de experto que está usted hecho! ¿No puede decirnos nada sobre el origen de este oficio, algo aunque sea?

Exconvicto: Haré lo que pueda. Antiguamente cualquier soldado ejercía de carcelero sin mayor especialización. El nombre de ‘alcaide’, que ha venido a significar el responsable máximo de la cárcel, viene del árabe al-caid’, que significa únicamente «conductor de tropas». Era jefe militar de la fortaleza dedicada a guardar prisioneros. También se le llamaba «carcelero mayor».

Locutor: ¿Y en la actualidad?

Exconvicto: ¡Ay, hijo! En la actualidad todos quieren ser tan refinados y elegantes que no toleran que les llamen como toda la vida. Ahora, los carceleros se denominan «funcionarios de prisiones».

Locutor: Es que son funcionarios.

Exconvicto: Sí, pero a los bomberos no se les llama «funcionarios de extinción de accidentes relacionados con procesos de ignición».

Locutor: Tenga por seguro que, si no se lo llaman, lo empezarán a hacer cualquier día de éstos.

Exconvicto: En inglés se les llama de varias maneras, según el país: prison officers’, que te aprisionan; detention officers’ que te detienen; o correction officers’, que te corrigen. El nombre coloquial es jailer’ y el coloquial turnkey’.

Locutor: ¿Turnkey’? ¿Y eso qué es?

Exconvicto: Literalmente, «el que le da la vuelta a la llave». Es una denominación muy gráfica.

Locutor: Siga.

Exconvicto: El oficio de carcelero no está excesivamente bien pagado. Se necesitan buenos bíceps, el graduado escolar y dieciséis semanas de adiestramiento. Y hay una serie de trabas físicas que incapacitan para el puesto.

Locutor: ¿Como cuáles?

Exconvicto: La obesidad, para empezar. Imagina que se te escapa un preso, le persigues y no le consigues alcanzar por estar gordo. Todo eso luego lo graban las cámaras de seguridad y sales en la «tele». Te aseguro que de ese ridículo ya no te recuperarás jamás y que ligaras bien poco el resto de tu vida.

Locutor: ¿Y otros impedimentos?

Exconvicto: ¡Hombre! Te los puedes imaginar: los sordos, ciegos y paralíticos no suelen pasar las oposiciones, aunque siempre hay excepciones si conoces a alguien en el Tribunal. La claustrofobia y la esquizofrenia tampoco ayudan. Pero debe de haber de todo en el oficio, porque cada año se escapan miles de presos en todo el mundo.

Locutor: Me consta.

Exconvicto: Según la estadística, los carceleros son los profesionales que más bicarbonato consumen. La tensión les hace enfermar del estómago. Ten en cuenta que tienen tareas muy diversas.

Locutor: Explíquese.

Exconvicto: Ejercen de guardias, cuando te encierran, te transportan o te registran tus partes en busca de armas o substancias prohibidas.

(Pausa larga.)

Locutor: ¿Le pasa algo? ¿Se encuentra bien?

Exconvicto: ¿Cómo?

Locutor: ¿Que por qué se ha quedado callado de repente?

Exconvicto: Disculpa. Es que estaba recordando una experiencia inolvidable. Bueno, además de guardias, ejercen de camareros, pues sirven comidas a los internos; de enfermeros, cuando les curan las heridas; de escoltas, cuando los llevan a juicios; de vendedores, cuando distribuyen los cigarrillos y las otras compras de los prisioneros, etc.

Locutor: Entiendo, por lo que me cuenta, que es un colectivo profesional muy disciplinado.

Exconvicto: ¡Qué va! Es una falsa noción. La verdad es que pueden llegar a ser bastante selectivos y melindrosos con las tareas que les encomiendan. Hay carceleros que se niegan a custodiar a presos etarras, por ejemplo. Hay otros que no quieren ocuparse de los que son hinchas del Barça. Hay de todo.

Locutor: ¿A qué se debe la tradicional mala fama de los carceleros, siendo como son una institución necesaria?

Exconvicto: Pues hoy en día se debe a que los carceleros no tienen por qué tratarte correctamente, porque no dependen del Ministerio de Justicia, sino del de Interior. Hace un siglo se debía a la Ley de Fugas.

Locutor: ¿En qué consistía tal ley?

Exconvicto: En que si un preso intentaba fugarse, los carceleros le podían matar tranquilamente, siempre y cuando le pegasen el tiro por la espalda, demostrando que huía. Si tenías que custodiar a un preso durante un traslado, pongamos, de Cádiz a Vigo y pasarte dos días metido en un tren-correo, pues a lo mejor te daba pereza y le disparabas dos tiros bien dados nada más salir de la cárcel para evitarte un viaje tan largo y tan aburrido.

Locutor: Comprendo. ¿Cree que es un oficio con futuro?

Exconvicto: Sin duda. Visto el mundo actual, harán falta cada vez más cárceles y no menos. En el siglo xix, que fue un siglo de ilusos, hubo un movimiento abolicionista que pretendió suprimir las cárceles por completo. Los que mandaban entonces en el mundo se rieron mucho. Otro movimiento, el reduccionista, defendía que las cárceles son caras, que no son disuasorias ni ayudan en absoluto a la reinserción. Proponía dejar sólo unas pocas con muy pocas celdas para los delincuentes más peligrosos y poner al resto de los presos a pintar vallas. Este movimiento tampoco prosperó. De hecho, hoy existe una cárcel en Rusia, la, prisión Kresty, que es la que tiene la población más numerosa: diez mil reclusos. La esperanza de vida de sus carceleros es de 57 años, a diferencia de la de un ruso normal, que ronda los 75.

Locutor: Cuéntenos alguna curiosidad.

Exconvicto: Pues podría mencionar el dato —nefasto para el país— de que las cárceles de Austria tienen un personal de seguridad al que se le obliga a ser especialmente amable con los reclusos. Además, sus instalaciones son muy, pero que muy lujosas.

Locutor: Pero ése no es un dato nefasto, sino una buena noticia, un signo de que nos vamos haciendo más civilizados, más humanos en el trato con nuestros semejantes, aunque hayan delinquido.

Exconvicto: De lo que es signo es de que en Austria, precisamente por sus cárceles tan agradables, se produce un 40% más de robos que en otros países de la Unión Europea.

Locutor: ¡Qué curioso! Bien. En el tiempo que nos queda hemos de hablar de los carceleros en las artes, principalmente en el cine. ¿Qué nos puede decir?

Exconvicto: Veamos... Tenemos películas en donde a los carceleros se les presenta bajo una luz muy positiva.

Locutor: ¿Por ejemplo?

Exconvicto: Pues La milla verde, en donde Tom Hanks interpreta a un carcelero que es un pedazo de pan. O también Brubaker, donde el alcaide de la prisión es Robert Redford, que aparece guapísimo, con ese pelo rubio que tiene, y esos ojos...

Locutor: No sé por qué me imaginaba yo que cualquier personaje que interpretara Robert Redford le iba a gustar a usted.

Exconvicto: ¡Ya te digo! Pero, por lo general, estas películas se centran en los presos; los carceleros aparecen como sádicos. En Papillon a los presos los tratan a patadas. En Alguien voló sobre el nido del cuco, que tiene lugar en un hospital carcelario para locos, la enfermera que se ocupa de los presos es un monstruo, una verdadera arpía. En Lawrence de Arabia...

Locutor: ¿Lawrence de Arabia? ¿Aparece una prisión en esa película?

Exconvicto: Sí. ¿No te acuerdas de que Lawrence se disfraza de árabe y entra en una ciudad ocupada por los turcos? Le hacen prisionero y en la cárcel le sodomiza un bey.

Locutor: ¡¿Un buey?! ¡¡¡Que le sodomiza un buey!!!

Exconvicto: No, hombre, no: un bey. ‘Bey’ es el título que reciben los oficiales turcos de cierto rango.

Locutor: ¡¡¡Ah!!! ¡Haberlo explicado antes, hombre!

Exconvicto: Es una escena magnífica, la que más me gusta de toda la película.

Locutor: Me lo creo.

Exconvicto: Sí: los carceleros en la literatura y el cine suelen hacer horas extras como torturadores, como pasa en El hombre de la máscara de hierro o El expreso de medianoche.

Locutor: Hemos de aclarar que todo esto, por supuesto, es ficción; en la realidad los carceleros son profesionales muy honestos y considerados.

Exconvicto: Claro. Yo no he tenido la menor queja de ninguno de los que he conocido. De hecho, atesoro varios recuerdos muy gratos de mi trato con algunos de ellos.

Locutor: Muchas gracias. Ha sido una conversación muy interesante e ilustrativa. Finalizaré con una pregunta personal.

Exconvicto: Lo que quieras.

Locutor: Usted ha pasado por nuestro sistema penitenciario para cumplir su deuda con la sociedad, cualquiera que ésta fuese. ¿Cuál ha sido su valoración global del proceso?

Exconvicto: Si he de ser sincero, ha sido muy buena. Yo he estado muy a gusto en la cárcel. Hasta diría que contento.

Locutor: ¿Contento?

Exconvicto: Figúrate: ¡estaba llena de hombres!

Locutor: Entonces imagino que le dio pereza abandonarla cuando se le conmutó la pena.

 Exconvicto: Me dio, me dio. Despedirme de compañeros con los que había pasado muy buenos momentos y con los que había compartido mi más preciada intimidad fue duro, no te lo niego. ¡Menos mal que los carceleros tuvieron conmigo un último detalle!

Locutor: ¿Ah, sí? ¿Y cuál fue?

Exconvicto: Que antes de dejarme salir, me regalaron y me pusieron una pulsera.

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