Un karmacuento

 

 

    


Sucedió que un hombre decidió invitar a un banquete a sus más íntimos amigos. Con tal propósito envió a su sirvienta al mercado, para que comprara leche en abundancia con la que hacer postres para agasajar a sus huéspedes.

La criada fue al mercado, sisó un poco, compró leche y volvió a casa, llevando el cántaro sobre la cabeza y meneando las caderas, para ver si le salía plan para el fin de semana.

Un milano, que acababa de cazar a una víbora, volaba por encima de la sirvienta. Como el reptil hacía por soltarse (¡a ver!), el ave le dio un apretón (al reptil) y le sacó allí mismo las mantecas. El veneno serpentino cayó sobre el cántaro de leche y la mucama no se enteró.

Aquella noche, los invitados tomaron los dulces y, al poco, todos fallecieron en medio de la sala y de grandes dolores, a excepción del anfitrión que, por ser diabético, no los probó.

Los familiares de los fallecidos se cabrearon un tanto y se fueron a que les escuchara el rey, que para eso era rey, no como los de ahora, que no escuchan a nadie. Responsabilizaron al anfitrión, ya que todos murieron en su casa.

          Ahora bien: en estas historias suele haber un ministro muy sabio. En la mía no hay uno, sino varios. Así es que dijo uno de ellos:

—La persona que convida a cenar a sus amigos no puede siempre probar todos los manjares: acabaría con dolor de vientre. La culpa fue del milano, que descuajeringó a la serpiente e hizo que se derramase su veneno.

          —No estoy de acuerdo —intervino otro—. El milano iba a lo suyo y no sabía que bajo él hubiera ningún cántaro. Seguía su instinto y despachurró a la serpiente cuando ésta quiso escapar. La responsabilidad es de la tonta de la serpiente, porque el veneno era suyo.

—La serpiente estaba muerta cuando se derramó su veneno —dijo otro listillo—. Y antes estaba prisionera y no podía sino intentar escapar del ave. ¿Cómo podéis acusar a la pobre serpiente? La culpa es de la sirvienta, porque debería haber tapado el cántaro de leche para que ésta no se ensuciase con nada. No lo hizo, la muy guarra, y he aquí el resultado.

Entonces intervino finalmente otro sabio de más categoría (uno que el rey tenía para un caso de apuro). Dijo:

—Todos habéis errado en vuestros juicios. No habéis dado ni una. El anfitrión no tuvo culpa, pues no podía probar todos los manjares; la criada, tampoco, pues nadie le mandó que tapara la leche y mal podía imaginar que algo así podía suceder; el milano había cazado como tenía por costumbre y la culebra estaba en poder ajeno.

—¿Quién, entonces, es el responsable de las muertes? —quiso saber el rey—. Porque yo tendré que mandar ajusticiar a alguien, como comprenderás. Si no lo hago, quedaré en muy mal lugar.

Entonces el sabio más sabio dijo:

—El responsable de las muertes es...

 

Ponemos unos asteriscos antes de continuar para que el lector haga una pausa y para así añadir suspense a la narración.

 

*        *        *

 

Fin del cuento de los invitados que murieron porque les dieron una leche (en mal estado)

 

          Dijo el sabio:

—Los muertos mismos son los responsables.

Esta respuesta llenó de estupor a todos los presentes.

—A todos les llegó, evidentemente, su hora de morir —continuó—. La concatenación de acontecimientos sirvió para que se cumpliera el destino de todos. Pero los libros nos dicen que lo que les sucede a las criaturas no es fruto del azar ni del capricho de un dios. El mundo está sujeto a la ley del karma, a la causa y al efecto. Los convidados al banquete hicieron malvadas acciones en otras vidas que determinaron que en ésta tendrían un fin trágico y lamentable. Ellos únicamente fueron los causantes de sus males presentes. El anfitrión, la criada, el milano y la serpiente fueron tan solo instrumentos de su propio destino.

 

(¿A que no se esperaban este final, eh?)

 

No hay comentarios: